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Libera tu asertividad y desbloquea tu comunicación

Asertividad. Esa palabreja cada vez más instaurada en nuestras conversaciones de café, y que, frecuentemente, se confunde con Sinceridad:

“Yo soy una persona muy asertiva, le he dicho a Fulano que la próxima vez que actúe de esa manera se va a enterar”.

“He respondido con total asertividad a Frutano: creo que le ha quedado claro que su incompetencia nos perjudica a todos”.

¿Cuál es la diferencia sustancial entre ambas?

Cuando somos sinceros y cuando somos asertivos, en los dos casos estamos comunicándonos con el otro de forma transparente, mostrando “nuestra verdad” con autenticidad, sin embargo, la distinción radica en el CÓMO expresamos esa opinión, ese deseo, aquella necesidad.

Revisando los ejemplos anteriores, podemos intuir que tanto a Fulano como a Frutano el mensaje les ha debido quedar “cristalino”, pues era directo, sincero y sin demasiados “filtros”. Objetivo… ¿Conseguido? Depende. Si la finalidad comunicativa era hacerles un “jaque mate” en toda regla, entonces la jugada ha sido maestra. Si lo que buscamos es expresar nuestro descontento y promover en el otro algún cambio, a lo mejor tenemos que replantearnos cambiar de estrategia. Y es que la comunicación interpersonal no debería ser una partida de ajedrez con vencedores y vencidos, sino un “win-win” lo más satisfactorio posible para todas las partes.

Volviendo al tema que nos ocupa, ¿qué es entonces el Asertividad y por qué es un bien tan preciado? La Asertividad es la capacidad de defender nuestros derechos personales, expresar nuestros sentimientos, preferencias u opiniones de forma clara, al tiempo que se tiene en cuenta cómo va a recibirlo la otra persona y se adapta el mensaje en consecuencia. La Asertividad se basa en el respeto a uno mismo y a los demás, algo que no siempre ocurre cuando hacemos uso de la Sinceridad, donde el “tacto” puede llegar a brillar por su ausencia, como ya hemos visto en los ejemplos anteriores.

¿Qué efectos indeseados tiene la falta de asertividad?

La principal consecuencia adversa o negativa de la falta de límites con el otro, es que le estamos otorgando el poder de influir y modular nuestras propias emociones, generando un sentimiento de indefensión o de falta de control en nuestro estado de ánimo, nuestras decisiones, y, en definitiva, en el devenir de nuestra vida. Una responsabilidad que el otro no nos ha pedido, pero que nosotros le hemos cedido, quedando a merced del vaivén de sus propios antojos e intereses. En este contexto de pérdida de libertad, lo más común es llegar a desarrollar una percepción distorsionada de uno mismo y de la realidad que nos rodea, acompañada de altas dosis de estrés y ansiedad. La no expresión saludable y respetuosa de las propias emociones, opiniones o necesidades, acarrea la acumulación por exceso de ira, resentimiento, culpa o frustración, que puede terminar por liberarse de diversas maneras (y, atención spoiler, ninguna suele tener final feliz).

En el caso anterior estamos hablando del estilo de comunicación que denominamos “pasivo” o “inhibido”, esto es, adaptarse a los derechos de los demás sin tener en cuenta los deseos, intereses y derechos propios. Pero… ¿qué ocurre con aquellas personas que se sitúan en el polo opuesto, el estilo comunicativo que denominamos “agresivo”? Las personas con tendencia a responder de manera “agresiva” defienden sus derechos desconsiderando los de los demás, teniendo un efecto negativo en sus relaciones, pero también en sí mismos, pues es frecuente experimentar una fase de arrepentimiento posterior con sentimientos de culpa o vergüenza, si la expresión de las propias opiniones viene acompañada de gritos, descalificaciones o palabras hirientes.

¿Por qué nos cuesta tanto ser asertivos?

Llegados a este punto es necesario hablar de un enemigo común, que se encuentra en la base de muchas, muchísimas de las dificultades que podemos experimentar a lo largo de nuestra vida: las creencias irracionales. Esas que nos hacen ver el mundo con unas gafas de dudosa graduación. Algunas de estas creencias relacionadas con la expresión asertiva de mis opiniones, podrían ser:

  • “No soy buen compañero/a si no le hago este favor a Mengano”
  • “No debería contar mis problemas a otros porque bastante tienen ya con lo suyo”
  • “Si digo que no puedo asumir ese nuevo proyecto pensarán que no estoy comprometido/a con la empresa”
  • “Tengo que responsabilizarme de todo lo que concierne a mi equipo de trabajo”

¿Te resulta familiar alguna de ellas? Si es así, te interesa saber que puedes sustituirlas por otras creencias más realistas y asertivas:

  • “Ayudar a otro es muy valorable, pero no hacerlo siempre y en toda circunstancia no me convierte en un mal compañero”
  • “Todos tenemos derecho a expresar nuestro malestar”
  • “Si me siento abrumado/a de trabajo, tengo derecho a expresarlo sin que eso suponga un menor compromiso o implicación por mi parte”
  •  “En los equipos de trabajo la responsabilidad es compartida. Cada uno tiene sus tareas y funciones definidas, y se trabaja por un objetivo común, por tanto, no es necesario que yo me cargue con todo”

Algunas estrategias para empezar a practicar la asertividad

Sin duda la asertividad es una habilidad que se adquiere con la práctica y el tiempo, ¡las fórmulas mágicas y el chasquido de dedos, lamentablemente, no funcionan en estos casos!

A continuación, te compartimos algunos trucos de comunicación asertiva para ir ganando confianza y poniendo en marcha tus habilidades:

  • Una buena manera de empezar es formularse la siguiente pregunta: “¿qué me hubiera gustado responder en esa situación, si no hubiese tenido miedo o si mis creencias no me hubiesen frenado?”. El objetivo es que puedas tomar consciencia de los deseos, necesidades o intereses que no estás atendiendo o satisfaciendo en tus relaciones con los demás.
  • Comienza entrenando esta nueva habilidad en situaciones de bajo riesgo o con personas de confianza, para ir poco a poco enfrentándote a situaciones más complejas.
  • Utiliza MENSAJES YO, es decir, aquellos centrados en TUS propios pensamientos y sentimientos. Los MENSAJES YO no buscan criticar ni culpabilizar a su receptor, pretenden expresar cómo nos hace sentir la conducta de la otra persona. “Cuando tú haces… yo me siento…”, sería una buena fórmula.

Hagamos un pequeño ejercicio para aclarar conceptos, ¿cuál de estas dos frases contiene un MENSAJE YO?

  1. “Me molesta que llegues tarde porque me toca esperarte sola en la calle. La próxima vez agradecería que me avisases de que vas a retrasarte”.
  • “Siempre llegas tarde, ¿qué excusa vas a usar hoy?”

¿Lo tienes? ¡Eso es! La opción A.

  • Evita utilizar emociones que impliquen una connotación negativa hacia el otro: decepcionado, traicionado, engañado, rechazado… En su lugar puedes hacer uso de emociones más “neutras” en relación a la otra persona: triste, dolido, sorprendido, disgustado o intranquilo, pueden ser buenas opciones.
  • Si quieres expresar al otro tu descontento por alguna actitud que haya tenido, procura describir su conducta de forma objetiva (“has llegado con 1 hora de retraso a nuestra cita”), sin entrar en valoraciones de ningún tipo (“eres un desconsiderado”). También es importante que te centres en su conducta, no en él/ella como persona (“a veces haces chistes que pueden herir a los otros” VS “eres una irrespetuosa”). Finaliza la expresión de tu malestar con una petición de cambio o rectificación al otro: “me gustaría pedirte que, a partir de ahora, por favor…”
  • Haz que tu mensaje y tu comunicación corporal vayan al mismo compás: establece contacto visual frecuente, mantén una postura erguida que denote seguridad, procura que tu expresión facial sea amable o neutra para evitar que el otro se sienta atacado, controla los gestos, etc.

Ahora que ya conoces algunas claves interesantes para mostrar una actitud más asertiva, es momento de ponerse en la acción. Una buena estrategia que puedes seguir es pensar en una conversación cotidiana que te resulte incómoda, por ejemplo, pedirle un favor a alguien o rechazar algún plan que no te apetezca, escribir cómo sería la conversación, siguiendo las pautas anteriores, y pedirle a alguien de tu máxima confianza que te eche un cable practicando el diálogo, lo que llamamos un “roleplay”.

¡Practicar, practicar, hasta automatizar!

Irene Tapia Calleja

Psicóloga – AMMA Psicología


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